El alegorista. Homenaje al educador popular

  • Alexander Ruiz Silva Universidad Pedagógica Nacional
Publicado
2021-07-01

El alegorista. Homenaje al educador popular

Palabras clave: Paulo Freire (es)

Benjamin, W. (2006 [1989]) El origen del ‘Trauerspiel’ alemán (Obras, libro 1). Abada.

Paz, O. (2008 [1957]) Piedra de sol. Fondo de Cultura Económica.

Ruiz, A. (2011). Nación, moral y narración. Miño y Dávila.

Ruiz, A. (2007).¿Ciudadanía por defecto? Relatos de civilidad en América Latina. En I. Siede y G. Schujman (Coords.). Ciudadanía para armar. Aique.

Singer, B . (2018) Cuentos. Lumen

Tugendhat, E. (2001). Problemas. Gedisa.

APA

Ruiz Silva, A. (2021). El alegorista. Homenaje al educador popular. Pedagogía y Saberes, (55), 175–178. https://revistas.pedagogica.edu.co/index.php/PYS/article/view/14203

ACM

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Ruiz Silva, A. 2021. El alegorista. Homenaje al educador popular. Pedagogía y Saberes. 55 (jul. 2021), 175–178.

ACS

(1)
Ruiz Silva, A. El alegorista. Homenaje al educador popular. Pedagog. saberes 2021, 175-178.

ABNT

RUIZ SILVA, A. El alegorista. Homenaje al educador popular. Pedagogía y Saberes, [S. l.], n. 55, p. 175–178, 2021. Disponível em: https://revistas.pedagogica.edu.co/index.php/PYS/article/view/14203. Acesso em: 26 abr. 2024.

Chicago

Ruiz Silva, Alexander. 2021. «El alegorista. Homenaje al educador popular». Pedagogía y Saberes, n.º 55 (julio):175-78. https://revistas.pedagogica.edu.co/index.php/PYS/article/view/14203.

Harvard

Ruiz Silva, A. (2021) «El alegorista. Homenaje al educador popular», Pedagogía y Saberes, (55), pp. 175–178. Disponible en: https://revistas.pedagogica.edu.co/index.php/PYS/article/view/14203 (Accedido: 26 abril 2024).

IEEE

[1]
A. Ruiz Silva, «El alegorista. Homenaje al educador popular», Pedagog. saberes, n.º 55, pp. 175–178, jul. 2021.

MLA

Ruiz Silva, A. «El alegorista. Homenaje al educador popular». Pedagogía y Saberes, n.º 55, julio de 2021, pp. 175-8, https://revistas.pedagogica.edu.co/index.php/PYS/article/view/14203.

Turabian

Ruiz Silva, Alexander. «El alegorista. Homenaje al educador popular». Pedagogía y Saberes, no. 55 (julio 1, 2021): 175–178. Accedido abril 26, 2024. https://revistas.pedagogica.edu.co/index.php/PYS/article/view/14203.

Vancouver

1.
Ruiz Silva A. El alegorista. Homenaje al educador popular. Pedagog. saberes [Internet]. 1 de julio de 2021 [citado 26 de abril de 2024];(55):175-8. Disponible en: https://revistas.pedagogica.edu.co/index.php/PYS/article/view/14203

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Recibido: 15 de abril de 2021; Aceptado: 5 de mayo de 2021

¿Quién, si yo gritara, me oiría entre las jerarquías de los ángeles? y aun suponiendo que, de pronto, uno de ellos me apretara contra su corazón, yo sucumbiría ante su existencia más fuerte. Pues la belleza no es sino el comienzo de lo terrible; apenas la soportamos y si la admiramos es porque desdeñosamente no se preocupa por destruirnos. Todo ángel es terrible.

Así pues, me contengo y resisto al llamado de un oscuro sollozo. ¡Ay!¿a quién podría recurrir? Ni a los ángeles ni a los hombres ni a los astutos animales que desde hace mucho advierten que no nos sentimos ni muy a gusto ni muy seguros en el mundo interpretado...

RAINER MARÍA RILKE

I

A Marco le gusta el tango, él mismo es una especie de destilado de melancolía oculta tras esa sonrisa de siempre y orgullo a flor de piel, por las personas que más quiere. Se hizo tanguero por inercia, porque era lo que de niño oía en su casa, en su barrio y en los bares que también conoció de forma prematura y que le despiertan tanta pasión como los buenos libros. Algún tiempo después se hizo salsero por disposición de ánimo. Hay que decirlo, su vida ha transcurrido entre libros, viajes y bares, y alrededor de estos tres elementos, amores y desamores, encuentros y más encuentros.

Bashevis Singer, alguna vez afirmó que "el arte, en su cima más alta, no puede ser más que un medio para olvidar por unos instantes el desastre humano" (Singer, 2018, p. 11). Comparto plenamente esa visión de mundo, con este gran escritor judío-polaco y también con Marco, a quien le resulta un puro artificio separar literatura y vida; expresión estética y experiencia.

En un cuento titulado Un amigo de Kafka, el premio nobel de literatura recién citado destacó: "todos jugamos al ajedrez con el destino como contrincante. Él mueve pieza y nosotros movemos pieza. Él intenta darnos jaque mate en tres movimientos y nosotros intentamos impedirlo. Sabemos que no podemos ganar, pero estamos impulsados a presentarle batalla" (SInger 2018, p. 474).

La educación también es una forma de hacer frente al destino adverso, una apuesta que nunca puede garantizar el éxito. Justamente en eso reside su encanto, si todo estuviera ganado de antemano no despertaría en nosotros interés alguno y, por supuesto, ninguna pasión. Siempre hay que presentarle batalla, pero a diferencia de la lucha contra el destino, de vez en cuando ganamos una que otra partida y esas ocasiones nos justifican.

A Marco la ha sido dado el don de la fe, él cree que el verdadero sentido de la divinidad -especialmente de la que se elige-, se encuentra a mitad de camino entre las capacidades de las personas y su necesidad de trascendencia, más allá de los mundos cotidianos que nos habitan, por eso también cree en las personas y en las organizaciones sociales; cree fervientemente en lo que la gente es capaz de hacer cuando se junta en torno a propósitos comunes. Así que si las creencias y las tradiciones hermanan a la gente, la mejor opción es tratar de comprenderlas y valorar su capacidad cohesiva, su fuerza vinculante; no hay mejor cosmología que la del cuidado mutuo, ni creencia más potente que la que nos impulsa a reconocer en el dolor de los demás, nuestra propia vulnerabilidad.

Este parece ser el resorte que nos impulsa, de tal modo que en contextos especiales podemos reconocer a alguien con capacidad de enseñar y a otros con disposición a aprender, como lo ilustra el siguiente relato de la más antigua tradición hebraica:

  • Un viejo rabino preguntó una vez a sus discípulos, cómo se sabe la hora, en que la noche termina y el día comienza

  • ¿Será -dijo uno de los discípulos-, cuando puedo distinguir a lo lejos un perro de una oveja?.

  • No -contestó el rabino-.

  • ¿Será -dijo otro-, cuando puedo distinguir a lo lejos un almendro de un duraznero?. Tampoco -contestó el rabino-.

  • ¿Cómo lo sabremos entonces? -preguntaron los discípulos-.

  • Lo sabremos -dijo el rabino-, cuando, al mirar a cualquier rostro humano, reconozcas a tu hermano o hermana. Mientras tanto seguiremos estando en la noche. (Tugendhat, 2001, p. 31)

Por supuesto, también nos hermana la infamia, la propia, contra la que algunos intentamos luchar a diario, pero también la del más opresor de los poderes, desde donde se asume, se preserva y se reproduce con cínica destreza. En nuestra compleja e inmoderada historia poblaciones enteras han sido violentadas por la guerra, desalojadas de sus casas y de los referentes de identidad construidos en los territorios habitados; millones de personas que viven en condiciones precarias en los barrios marginales y comunas de las principales ciudades colombianas, en la mayoría de los barrios subnormales y zonas rurales empobrecidas de América Latina han sido subjetiva y objetivamente desposeídos de sus bienes más preciados, orillados a la insignificancia, transformados en multitud.1

El derecho principal que le es negado a los desposeídos es el derecho a tener derechos. Su ciudadanía de excepción no representa, sin embargo, una condición definitiva o una forma de ser, sino más bien una circunstancia social concreta de exclusión que difumina la esfera pública en su vida de todos los días. No se trata de un déficit de ciudadanía, sino de la negación externa y sistemática de su ejercicio.2 Aquí la exclusión social es a la vez exclusión política.

Si la ciudadanía es la realización del rol que le permite al sujeto reconocerse como parte activa de una sociedad y de su historia, la desposesión es la constatación de que el capitalismo crudo y transparente de nuestro tiempo necesita la desigualdad; se erige, se sostiene, se regodea en ella.

Los desposeídos personifican menos la carencia que la coacción, pues a ellos no les falta una versión de su propia realidad. Viven la amenaza de pérdida de su versión del pasado, al ser privados de los medios para conservar su memoria, para hacerla creíble: objetos, pertenencias, cualquier tipo de prueba o registro de la injusticia padecida. Por ello en las situaciones de desalojo de las viviendas en los asentamientos en las ciudades o en tierras tomadas o recuperadas en el campo -muy común en medio de conflictos internos y en regímenes autoritarios- el agresor quema la casa de sus víctimas, pues lo que desea, además de su aniquilación, es borrar la memoria de su existencia, su paso por el mundo. Los desposeídos quieren, no obstante, conservar sus visiones de mundo, sus memorias del pasado. Por ello mantienen, reivindican su versión y la enfrentan a la oficial.

Nos encontramos, entonces, con dos relatos enfrentados, uno tan victorioso como tenebroso, defensor del status quo, globalizador de las dependencias y sustentador de la desigualdad, al que bien podemos denominar relato triunfal, y otro contra-hegemónico, resistente a la vulneración de la dignidad humana y defensor del derecho a tener derechos, al que quiero llamar relato alegórico.

El relato triunfal alude a una especie de fuerza superior que conduce a un estado final de las cosas, en el que individuos e incluso sociedades enteras poco o nada pueden hacer. Este relato apela a la idea de inevitabilidad de los cambios sociales impulsados por 'el curso de la historia' y la indefectible marcha de la economía mundial. Subvalora y anula los relatos alternativos neutralizando sus demandas.

El relato alegórico, por su parte, pone de presente la subjetividad de los desposeídos, su vitalidad, su dignidad, sus necesidades y sus iniciativas. Los movimientos y las organizaciones sociales se basan, por supuesto, en relatos alegóricos. Su función es darle fuerza a los reclamos de las comunidades, cohesión interna y capacidad de resistir.

La historia de los gobiernos autoritarios, en nuestro país, en nuestra región, en el mundo entero es la expresión más acabada del relato triunfal. En ella el pueblo, 'una sola sangre' que domina un territorio, supera todas las dificultades y se erige victoriosa. La sociedad es aquí solamente el escenario en el que su éxito tiene lugar, es también la audiencia que los proclama adalides del progreso, al tiempo que los aplaude a rabiar. Es la historia de los vencedores sembrada de figuras heroicas y geniales, e insignes patriotas. Su legado es una serie de admoniciones revestidas de sabiduría, portadoras de moralinas del tipo: para avanzar hacia mejor, muchos tienen que sufrir. Su sacrificio es la base de nuestra supremacía.

Así, los ídolos del progreso imponen su relato; una historia en la que siempre vencen los mismos, y en la que los vencidos, esto es, los más, son obligados a morar en la casa del miedo, la angustia y la incertidumbre. Así es el reino de lo ominoso.

Para quienes el progreso de la nación no ha significado ampliación y ejercicio de derechos y libertades, reconocimiento de su singularidad, respeto a sus elecciones o inclusión social, la justicia es un concepto vacío. Por ello, la historia de las luchas sociales tiene la forma de relato alegórico. En ella, un pueblo, 'muchas sangres', ocupa un territorio enfrentando enormes dificultades para subsistir y para hacer parte activa y deliberante de la sociedad que habita, con la cual se identifica. Se trata de una historia de liderazgo popular y luchas sociales regidas por el principio de la solidaridad. Es, por supuesto, la historia de los vencidos, la mayor de las veces significada, construida y sostenida de forma defensiva. Su visión del mundo es un mosaico inacabado compuesto de imágenes y de símbolos articulados colectivamente; de identidades en curso, configuradas con tanta imaginación como solidaridad.

En y desde el relato alegórico la situación de desposesión, no es, ni mucho menos, una condición absoluta o un estatus acabado. Quien ha sido aislado de la posibilidad de deliberar y de tomar decisiones se restituye a sí mismo mediante la participación en organizaciones y movimientos sociales, y en la realización de acciones colectivas.

  • En la alegoría -nos dice Walter Benjamín- la facieshippocratica de la historia se ofrece a los ojos del espectador como paisaje primordial petrificado.

  • En todo lo que desde el principio tiene de intempestivo, doloroso y fallido la historia se plasma sobre un rostro; o mejor, en una calavera. [...] Este es sin duda el núcleo de la visión alegórica, de la exposición barroca y mundana de la historia en cuanto que es historia del sufrimiento del mundo; y este solo tiene significado en las estaciones de su decaer. (Benjamin, 2006, pp. 383-384)

La voz que encarna esta figura es la del alegorista, quien se ocupa de actualizar las demandas de los vencidos, exigir reparación a las víctimas, trabajar con los sobrevivientes y generar conciencia sobre la necesidad de evitar la repetición del infortunio. Marco es un alegorista, quizás de todos el más persistente, rebelde y alegre, al mismo tiempo.

Marco ha dedicado buena parte de su vida a ayudar a las comunidades agredidas, excluidas y amenazadas a recuperar, reivindicar y posicionar sus relatos. Para él la vida en comunidad juega un papel central, toda vez que representa el fundamento de la relación entre historia y proyecto.

Marco va y vuelve, indefinidamente, de lo sacro a lo profano, de la mirada atenta a la palabra precisa, y en una y otra instancia, pero, sobre todo, en el camino encuentra siempre a los amigos, las amigas, la familia, las nuevas lecturas, los paisajes, los abrazos, las comunidades, la vida misma. Marco es, lo sabemos todos, el lector juicioso, el escritor descalzo, el hombre generoso y desmesurado, el conversador incansable.

De una memoria de elefante y una vitalidad de delfín surge este extraño anfibio que es Marco Raúl Mejía, un anfibio alegorista, que es, que solo puede ser en los otros, en esos otros que lo recorren y conforman, que lo quieren y celebran. De esa construcción del nosotros participamos quienes justo ahora, en este lugar, tenemos el privilegio de quererlo y celebrarlo, de restituirle una parte de todo lo que él ha entregado a tantos, como una piedra de sol que se lanza a lo lejos y que nos regala, a cambio, un leve, misterioso y extraordinario sonido al caer.

  • -¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?, ¿cuándo somos de veras lo que somos?, bien mirado no somos, nunca somos a solas sino vértigo y vacío, muecas en el espejo, horror y vómito, nunca la vida es nuestra, es de los otros, la vida no es de nadie, todos somos la vida -pan de sol para los otros, los otros todos que nosotros somos-, soy otro cuando soy, los actos míos son más míos si son también de todos, para que pueda ser he de ser otro, salir de mí, buscarme entre los otros, los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia, no soy, no hay yo, siempre somos nosotros

Referencias

  1. Benjamin, W. (2006 [1989]). El origen del "TrauerspieV alemán (Obras, libro 1). Abada.
  2. Paz, O. (2008 [1957]). Piedra de sol. Fondo de Cultura Económica.
  3. Ruiz, A. (2011). Nación, moral y narración. Miño y Dávila.
  4. Ruiz, A. (2007). ¿Ciudadanía por defecto? Relatos de civilidad en América Latina. En I. Siede y G. Schujman (Coords.). Ciudadanía para armar. Aique.
  5. Singer, B . (2018). Cuentos. Lumen
  6. Tugendhat, E. (2001). Problemas. Gedisa.
Escrito en homenaje a Marco Raúl Mejía, en el otorgamiento del doctorado Honoris causa en educación, por parte de la Universidad Pedagógica Nacional, el 14 de noviembre de 2018.
Apoyo la distinción entre distinto tipo de relatos, que se presentan a continuación, en lo desarrollado en mi libro (Ruiz, 2011).
Discutí este tema en detalle en mi escrito "¿Ciudadanía por defecto? Relatos de civilidad en América Latina" (Siede, 2007).
Ruiz Silva, A. (2021). El alegorista. Homenaje al educador popular. Pedagogía y Saberes, (55), 175-178. https://revistas.pedagogica.edu.co/index.php/PYS/article/view/14203