Pensamiento palabra y obra
2011-804X
Facultad de Bellas Artes Universidad Pedagógica Nacional
https://doi.org/

Recibido: de noviembre de 2016; Aceptado: de enero de 2017

Thoreau y la mistificación del aprecio estético por la Naturaleza1


Thoreau and the Mystification of Aesthetic Appreciation of Nature


Thoreau e a mistificação do aprecio estético pela Natureza

J. Merchán-Basabe, *

Filósofo, Magíster en Historia y Teoría del Arte y la Arquitectura. Docente de la Universidad Pedagógica Nacional, Colombia. Investigador en el área de Estética de la Naturaleza. Artista independiente. jgmerchan@unal.edu.co Universidad Pedagógica Nacional Universidad Pedagógica Nacional Colombia

Resumen

Este trabajo hace un estudio del aprecio estético por la Naturaleza en Henry David Thoreau con miras a exponer sus consecuencias prácticas. Analiza así su acepción de la experiencia de la belleza salvaje, su distancia de la belleza del arte y su concepción de la Naturaleza como modelo moral.

Palabras clave:

naturaleza, belleza salvaje, mistificación-racionalización, belleza natural.

Abstract

This paper studies aesthetic appreciation of Nature in Henry David Thoreau, seeking to reveal its practical consequences. We analyze his sense of the experience of wild beauty, his distance from the beauty of art, and his conception of Nature as a moral model.

Keywords:

nature, wild beauty, mystification-rationalization, natural beauty.

Resumo

Este trabalho realiza um estudo do aprecio estético pela natureza segundo Henry David Thoreau, visando expor suas consequências práticas. Analisa-se sua acepção da experiência da beleza selvagem, sua distância da beleza da arte e sua concepção da Natureza como modelo moral.

Palavras chave:

natureza, beleza selvagem, mistificação-racionalização, beleza natural.

Veo, huelo, gusto, oigo ese Algo al que estamos
unidos y que es al mismo tiempo nuestro hacedor, nuestra
morada, nuestro destino y nosotros mismos; la única
verdad histórica, el hecho más notable que puede ser el
tema preciso y no solicitado de nuestro pensamiento, la
verdadera gloria del universo, el único hecho que un ser
humano no puede dejar de reconocer ni en cierto modo
olvidar, ni del cual puede prescindir.
Thoreau, Diario íntimo (Dreiser; 1980, p. 76)

La consolidación de la revolución industrial de Estados Unidos, de hecho la consolidación de Estados Unidos como nación continental, fue producto de la actitud expansiva hacia los espacios de naturaleza intocada. Las necesidades propias de una sociedad en camino de industrialización convirtieron la Naturaleza en una promesa de felicidad, en una cosa apta para la posesión de sus riquezas, hasta el momento desaprovechadas, pero dispuestas para quien se arriesgase a tomarlas. La guerra contra los nativos por el dominio de sus territorios, la fiebre de oro, de hierro, de acero, de carbón, de pieles, la colonización de espacios para ganadería y la agricultura, la expansión de medios de comunicación, la construcción de ferrocarriles, el correo, la emergencia de nuevas y opulentas ciudades, la generación de marcos jurídicos para la titulación de terrenos, de reservas, etc., son todos síntomas de la cristalización de dicha promesa.

Hacia la segunda mitad del siglo XIX la concepción de la Naturaleza se vio trastocada frente a la progresiva secularización del pensamiento; nuevas condiciones espirituales surgieron ante un retroceso del calvinismo, del puritanismo conservador y otras doctrinas como el unitarismo, que, en general, se alejaban de la búsqueda de explicaciones concretas de la realidad, y primaron entonces especulaciones centradas en la interpretación de los dogmas. Justamente el acercamiento utilitarista de la sociedad preindustrial a la Naturaleza no dejaba de estar fundado en una crítica de la influencia teológica-moral, herencia de la tradición protestante, que veía en los espacios naturales algo digno de rechazo. Frente a estas nuevas condiciones espirituales, la búsqueda de concreción de la promesa de felicidad conllevó a la generación de una sensibilidad distinta fundamentada en mitologías modernas como las de Naturaleza pura, intocada, totalidad pródiga e indómita, etc., lo cual estaba profundamente asociado al imaginario colectivo de la belleza salvaje, que exaltaba el carácter indomable, desconocido y dadivoso de la Naturaleza, contrapuesto a la libertad de tomar lo deseado o preservarlo.

En este panorama se dio el trascendentalismo americano, un movimiento intelectual2 que adoptó ciertas ideas del Romanticismo europeo (Kant, Goethe, Coleridge, Worsdworth), las cuales reemplazaban una visión mecánica de la Naturaleza por la de un organismo cambiante. Los trascendentalistas vindicaban la unidad de toda la creación, la concepción de la intuición, la contemplación y el sentimiento como formas de revelación superior a la razón, la idea de un espíritu o inteligencia universal, la crítica de los criterios de veracidad en la filosofía, entre otros. Un importante filósofo de la época, Ralph Aldo Emerson, sacerdote unitarista, escribió el "Ensayo sobre la Naturaleza", un texto que tiene cierta relevancia a la hora de exponer unos criterios que suelen asociarse a la visión de los trascendentalistas. En términos generales, Emerson hace una crítica de la razón como forma primada de conocimiento, se vale del concepto de fuerza vital o Dios y señala que, como tal, está en todas partes, y no puede ser subsumida en el pensamiento, de tal manera se evidencia que la Naturaleza no es estática sino fluida, y el espíritu es quien la modifica; ella se desdobla en particularidades que dan cuenta de una esencia única y que no puede ser alcanzada por mediaciones teológicas o filosóficas, sino trascendiendo lo material. En consecuencia, no puede subordinarse la Naturaleza a la ciencia pues el espíritu está presente en ella, no constituye la Naturaleza externamente o en derredor nuestro, sino a través de nosotros, pues los hechos naturales son símbolos de hechos espirituales. En ese sentido, la filosofía de Emerson es asociada a cierto tipo de vitalismo que pretende vindicar la experiencia de la Naturaleza como forma de conocer sus leyes y funciones, resultado de aproximar la sensibilidad al espíritu, ya que la Naturaleza es asimilada a creación, lo divino es inmanente, y su verdad está dada en una revelación inmediata, en una intuición. De tal forma, para Emerson la Naturaleza resulta un símbolo vívido para llegar al espíritu; ella, en toda su extensión, es un medio, una única vía para pensar el absoluto, el orden y el diseño de la creación.

El acercamiento de los trascendentalistas a la Naturaleza no estuvo alejado de las formas tradicionales del panteísmo, ese tipo pensamiento que con pretensión de superar el dualismo asumía que Dios era principio del mundo orgánico. Para ello se valían de una tendencia de unir lo particular a lo universal, la materia al espíritu, y postularon la unidad de la creación como algo que se revelaba en la intuición, una forma trascendente de conocimiento que, sin embargo, no era asociada a la experiencia estética. En lo que tocaba al aprecio estético por la Naturaleza por parte de los trascendentalistas, la figura más representativa vendría a ser Henry David Thoreau. Thoreau planteó un tipo de apreciación estética de la Naturaleza que hoy, sobretodo, cobra vigencia: la promoción de una relación no utilitaria con la Tierra. Entre sus reflexiones, contenidas a lo largo de múltiples diarios y publicaciones, resaltan: la experiencia de la belleza salvaje como reconocimiento de la fuerza vital y primigenia, la concreción de la experiencia estética desde un tipo particular de intuición-contemplación y la concepción de la Naturaleza como el modelo para el arte y la vida práctica.

Puede decirse que el pensamiento estético de Thoreau apuesta por una mistificación de la Naturaleza, por una concepción que remite un sentido mistérico, al desconocimiento de su ser3. La mistificación de la Naturaleza se funda en la crítica de la aspiración racional de contenerla, en la búsqueda de la posibilidad de encontrarse su esencia desde la vivencia, no tanto en un intento por vindicar algún carácter religioso, sagrado y esotérico, sino en la exhortación al reconocimiento de la experiencia estética como belleza dada para reconocimiento del ser en sí de la Naturaleza. De tal forma, Thoreau promueve no un reconocimiento intelectual ni utilitario de la Naturaleza, sino, más bien, la interiorización del valor de sus principios, pues lo oculto no se resuelve en la representación psicológica, filosófica o científica, sino en su apreciación trascendente.

En este panorama, la mistificación de la Naturaleza antepone una crítica de las formas de conocimiento, y de los fundamentos y métodos de la ciencia4. La ciencia no propicia el reconocimiento de un ser que se describe según su mecánica5, ella no deja entrever el todo, ya que la información técnica, la especialización o los números, hacen perder de vista una totalidad que es ajena a la taxonomía, como resulta en el caso del estudio del hombre o la vida. La ciencia natural aporta datos, pero los datos no alcanzan para suponer el origen de la Naturaleza, su fuerza, su perfección, ni sus leyes; la ciencia no hace al hombre reconocer a la Tierra como un organismo vivo6. De tal forma, el acercamiento a una Naturaleza mistificada requiere de un pensamiento poiético que sea capaz de equilibrar el impulso de las formas abstraccionistas del pensamiento racional, sin eclipsarlas, pues, aunque la ciencia resulta un acercamiento técnico a las cosas y no revela la esencia de estas, el valerse de datos y desarrollar teorías sirve para ilustrar la experiencia de un misterio7. La descripción naturalista es también una contribución para la filosofía, los datos importan, no por el cómo se organizan, sino por qué y para qué se organizan con respecto al cuestionamiento por la vida en general8.

En la reflexión de Thoreau no se puede evidenciar ni criticar una teoría o un concepto delimitado, tal vez un método; Thoreau busca por medio de la poesía9 la actividad física y la descripción de datos que arrojan investigaciones desde experiencias inmediatas, un acercamiento simbólico y a la vez concreto a la Naturaleza10. No hay un sistema a priori, menos una acepción previa de la experiencia estética de la Naturaleza, no hay una teoría o concepto unificado de la Naturaleza, sino la eterna búsqueda de un misterio que se presenta desde un hecho particular para hacer inferir la totalidad. El proceder del pensamiento reconoce las actividades materiales de la Naturaleza, que luego son transgredidas en sus límites sensibles y representacionales, todo para esbozar los caracteres de un principio absoluto11. Por ello, como naturalista, Thoreau no centra el interés en los fenómenos y leyes científicas generales, sino en las explicaciones sobre variaciones de un prototipo que funciona localmente con respecto a la generalidad; su atención está en la función particular de un ser vivo en un ecosistema, y lo está para tratar de fondo principios estéticos como el cambio y la fuerza vital12, anima en la Naturaleza13. En esa medida, se da la reconcepción de la historia natural tradicional, la cual supone que la investigación sobre las plantas y los animales requiere atentas observaciones, pero no para determinar leyes medibles por datos tomados de experimentaciones, pues no se busca una organización biológica o ley, sino la evidencia interna de un ente universal.

El método, pues, no se basa en la objetivación sino en la presentación poiética, esto es, en la descripción de acontecimientos que permiten inferir principios superiores, por ejemplo, el análisis naturalista que conlleva a un maravillamiento o sentimiento vivaz ante cosas de la Naturaleza, en el que se presenta libre de concepciones y fines humanos. La presentación poiética está mediada por la interacción14, la observación, por formas de la intuición y la contemplación que convocan sentimientos de autocercioramiento de nuestra comunión o distancia con respecto a la Naturaleza. Thoreau pareciera caracterizar la intuición estética: ella no es una forma racional de conocimiento, es una experiencia dada, en gran parte, como evidencia del orden superior del ser en sí de la Naturaleza; es mucho más que una apercepción convertida en representación objetiva15, es una forma de validar lo observado sin acotarlo, pero trascendido a una experiencia emocional o sentido de comunidad con el todo. La intuición estética es asimilada con algo inmediatamente dado que trasciende la mediatez del reconocimiento de los fenómenos, por ejemplo, la mediatez generada en la explicación de la ciencia y la teología16. Por otro lado, en varios apartados del Walden (2005), el estudio o el reconocimiento de los animales y sus interrelaciones propicia la caracterización de un tipo de contemplación ambulatoria y escindida del hombre sobre la Naturaleza, una forma de conocimiento en el que la emoción y la sensibilidad no son alejadas pero tampoco son la base de la experiencia. La contemplación estética convoca a asumir con el pensamiento que no estamos totalmente envueltos en Naturaleza, que solo nos reconocemos en la distancia17 como entidades humanas, como producto de la intelección sobre la vivencia, como alejamiento18. De la misma manera que la intuición estética, la contemplación estética no resulta una representación objetiva, antes bien es un estado de individuación19 en el que el acto de reparación en los detalles conlleva a notar que en cada uno de ellos se concentra la eternidad, que en cada especie se pone a los ojos, de forma sentida, el panorama crucial de la vida.

La Naturaleza mistificada supone estados de revelación y develamiento del ser en sí de esta. La sensibilidad o la intelección pueden proveer al individuo del reconocimiento de ciertos órdenes, por ejemplo a nivel visual. La intuición, por su parte, puede conllevar a la trascendencia de lo dado a la sensibilidad, por ejemplo del orden y jerarquía de ciertos elementos con respecto del todo. Sin embargo, solo la intuición y la contemplación estéticas pueden remitir al principio vivenciado del ser en sí de la Naturaleza que todo lo produce; solo en ese nivel se comprueba concretamente que la Naturaleza se extiende por todas partes como un organismo universal, que el hombre es miembro de ella y que está sometido a sus leyes universales20. Thoreau sustituye así la compulsión o necesidad interna de saber de la Naturaleza en un sentido abstracto, como el de Emerson o Hegel, por una reacción muy fina que hace al individuo evidenciar estéticamente la inteligencia y el orden de la Naturaleza, principios estéticos como el tiempo, el espacio, la forma y el cambio21. La belleza salvaje está en una intuición estética de comunión con la Naturaleza en la que ni la razón ni el individuo operan, pero también en su contraparte, en la contemplación estética, en un distanciamiento o individuación en que el pensamiento funda un alejamiento sentido. Así, puesto que no son dos formas de conocimiento totalmente separadas, contemplación e intuición estéticas, son instancias intermitentes para el reconocimiento de la belleza salvaje, una experiencia de la belleza de la Naturaleza que convoca el sentimiento de principios universales, un modelo para el arte y también una guía del papel del hombre en el mundo22.

Como crítico de la racionalización que convierte la Naturaleza en objeto, para Thoreau la belleza evoca un misterio23 que no puede ser simplemente aprehendido por la teoría. Thoreau asume que la belleza salvaje es una epifanía del ser en sí de la Naturaleza, una experiencia concreta devenida en reconocimiento de principios superiores, mucho más que el producto de un ejercicio intelectual24 que pretende vincularla a un sistema general de representación. En sus escritos, la Naturaleza primigenia, creadora y, al tiempo, destructora y agreste está ejemplificada en paisajes sentimentales, anímicos, a veces personificados, imágenes que en últimas quieren proyectarse al interior, a un hombre sensible entregado a los peligros y atractivos de la belleza salvaje. Thoreau no supone un paisaje delimitado por convenciones racionales previamente caracterizado bajo lineamientos artísticos, un espacio virgen o pintoresco mediado por las exigencias románticas de composición visual, sino todo lo contrario, no hay sistemas artísticos previos. Desde la intuición y contemplación estéticas, y el sentido de distancia y comunidad, la Naturaleza resulta bella y salvaje, eternamente destructora y creadora, artística, libre y regulada, fuerza espiritual que fundamenta la vida. Esa eterna creación-destrucción nos posibilita un devenir incesante de experiencias que nos vivifican, algo que siempre trasciende nuestros límites para dar cuenta de la vida total o del genio constructivo que está presente en la Naturaleza. Por esto para Thoreau hay belleza tanto en la vida como en la destrucción y decadencia25, en cada rama, en cada hoja se prolonga la vida y la muerte, pues cada parte remite al todo, a la cambiante vitalidad primordial26. La belleza salvaje está por todas partes27, es inmanente a la Naturaleza; aunque la experiencia de la belleza sea íntima o personal, ella no es algo exclusivo de clases, estirpes o culturas, es algo revelado desde la interacción, algo inevitable28.

Dicha experiencia estética de la Naturaleza, como revelación momentánea del misterio de su ser en sí, hace que la belleza salvaje sea entendida como algo superior al arte29. La experiencia de la belleza natural es evidencia primaria del creador30, algo que el arte solo puede imitar mediado por la individuación de un artista31. Él sabe que tal superioridad no es un impedimento; en la fluidez de la Naturaleza32 está el modelo del arte33. Las mejores obras de arte se asimilan a la belleza salvaje34, resultan un acercamiento a la fuerza y vigor de la Naturaleza35. Si el arte es inferior a la belleza natural, no puede reemplazarla, menos copiarla; cualquier obra en la Naturaleza salvaje es muestra grandiosa de la inteligencia de un genio cuya exactitud y orden excede por mucho nuestra capacidad de entender o representar36. La existencia de un objeto natural devela

la necesidad de este como elemento compositivo de un todo37, no como un accidente azaroso, aunque aparentemente lo sea, sino como parte minúscula, pero indispensable, en el actual estado de devenir de la Naturaleza según su principio superior38. El arte solo puede ser el producto del reconocimiento de la belleza salvaje, la conciencia del misterio de la Naturaleza y el ímpetu impasible por el develamiento y la revelación de su ser en sí. Para Thoreau resulta monstruoso que el hombre haya llegado a la instancia de primar el arte sobre la Naturaleza39, ya que, para él, el sentido por lo determinable, por lo medible y útil es solo una solapada manera de artificialidad.

La exaltación de la belleza salvaje no es solo para evidenciar el modelo para el arte, sino para la moral; en últimas, frente a la belleza salvaje, es el hombre quien termina reconociéndose40. La síntesis de todo dualismo, materia-espíritu, Naturaleza-razón, es el cercioramiento de la naturalidad en el hombre, algo que le permite verse a sí mismo41. La intuición y contemplación estéticas suspenden toda racionalización de la Naturaleza y no tiene sentido ningún tipo de dominio sobre lo visibilizado sino el reconocimiento vívido de una ley y principios superiores a los que el hombre está sometido42. De tal forma, la experiencia de la belleza salvaje es modelo moral, afianza el temperamento43. La Naturaleza es buena, no en el sentido de la bondad propia de la moral cristiana44, sino en el sentido estético-práctico; en ella nos podemos reencontrar como seres libres, y dar sentido a la destrucción, la carnicería y la muerte45 como parte activa de la creación, el respeto y la vida.

El valor de lo salvaje está en la conservación de la humanidad, es el nexo con la vitalidad primordial. La humanidad se ha centrado en superficialidad, en la lucha por lo aparente46; por lo mismo, el hombre debe recuperar la belleza salvaje47, la cual es la preservación del mundo, el oasis de la civilización y el modelo de la absoluta libertad48. En la experiencia de la belleza salvaje la austeridad de lo inmediato queda compensada por el esplendor de lo mediato, así no hay necesidad de dominar ni modificar el entorno; la mirada es inocente, la visión está desapegada de finalidades o apriorismos49. En ese sentido debe valorarse la vida animal50, la conservación de lo salvaje51, la Naturaleza en general. El progreso52, el urbanismo53, la propiedad de la tierra, en general, las mezquinas realizaciones humanas con la Naturaleza empobrecen al hombre54. De tal forma, al tratar la Naturaleza con acrecentado respeto, Thoreau se pone cerca de un ateísmo naturalista, de una ética antimaterialista55. Resulta cercano y lejano de Rousseau, no plantea un retorno utópico sino concreto a la Naturaleza. No está nada cerca del Romanticismo europeo, que asume lo bello natural como algo dado para el individuo cultivado y digno, y aunque renuncia a los artificios de la sociedad, no resulta ascético, sino que, por el contrario, su sensitivo amor por la belleza de la Naturaleza es un rechazo al desdén moderno por la vida misma, como en los cínicos. Thoreau buscaba encontrar en la Naturaleza algo superior a las pasiones, buscaba una forma de iluminar por qué el gusto por la belleza natural es la forma de dar sentido a la vida humana en el planeta.